Cuando lees y ríes al mismo tiempo ejercitas las dos partes fundamentales del ser humano.
Cuando cursaba mis estudios de bachillerato, tenía un profesor de Literatura (por el que nunca sentí una gran simpatía) al que debo reconocer un gran mérito. En lugar de hacernos leer pesados clásicos (o clásicos pesados) de la literatura universal y española, nos obligaba a leer novelas de reciente publicación. En el cumplimiento de esta obligación, que nunca consideré penosa, descubrí las hilarantes, absurdas y ácidas novelas del gran maestro Eduardo Mendoza. Esta novela de Ariel Magnus, del que no había leído nunca nada, me ha recordado alguno de los risueños momentos que pasé leyendo esas otras novelas.
El planteamiento de la historia es genial: Ramiro Valestra, joven informático argentino, que acude a los juzgados como testigo judicial, es secuestrado, mientras orina, por un chino pirómano conocido como Li Fosforito. Secuestrador y secuestrado se esconden en un piso del barrio chino de Buenos Aires, iniciando una disparatada historia.
A partir de aquí el autor parece perder todo interés por el desarrollo de una historia prometedora, por absurda, para enredarse en una serie de cuentos, historias y diálogos que apenas no contribuyen al desarrollo del planteamiento inicial. No importa. Cada trozo tiene su gracia por lo disparatado de las situaciones, de las conversaciones, de las conclusiones del protagonista o de las reacciones de quienes le rodean (todos chinos).
La novela no trata sobre los chinos, sino sobre los argentinos. A ellos van dirigidas los puyazos más dolientes y sangrantes, con ese humor sudamericano tan peculiar. El lenguaje coloquial (porteño, supongo) lo hace en algunas ocasiones algo difícil de seguir, pero también dota al relato de verosimilitud y actualidad.
Si quieres comprender el sentido de la expresión "un cuento chino", leyendo esta novela tal vez lo entiendas.
1 comentario:
Humor del bueno. Sin más comentarios.
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